prisioneras, marchasen violentamente al Cerro de las Campanas, para
donde se dirigió rápidamente.
Posesionado Vélez del Convento de la Cruz, las fuerzas de asalto
aumentadas ya con las reservas, penetraron sin mayor dificultad a la
plaza y al Convento de San Francisco, cuyas campanas repicaron en
señal de triunfo.
Había llegado la hora en que todas las fuerzas sitiadoras,
desprendiéndose de sus líneas, avanzaran para el asalto y avanzaron, en
efecto, para un choque terrible. Pero los defensores del perímetro
fortificado de la plaza, entre quienes había comenzado a correr la noticia
de que los republicanos habían penetrado en ella y, tomándoles la
retaguardia, abandonaron sucesivamente sus puntos, para replegarse al
centro de la ciudad.
Don Miguel Miramón, sorprendido por el estruendo de las armas,
había salido de su habitación y se dirigía a la plaza principal, cuando en
la de San Francisco se encontró con los asaltantes, a quienes disputó el
paso, batiéndose personalmente, hasta que una bala de pistola le hirió la
cara y se retiró en busca de un facultativo que lo curase inmediatamente.
Allí, por casualidad, fue descubierto y reducido a prisión.
Las avenidas estaban cubiertas por los republicanos y los
batallones imperiales, que penetraban en las calles, al verse rodeados de
sus enemigos o se desbandaban o caían prisioneros. Algunos de ellos,
instintivamente, se dirigieron al Cerro de las Campanas, donde
Maximiliano, advirtiendo por todas partes el desorden consiguiente a su
derrota, ya nada le era posible disponer. Veía en su derredor, grupos
desconcertados de tropa, que no podían formalizar una resistencia contra
las columnas sitiadoras, que avanzaban a paso veloz estrechando el cerro
con un círculo de hierro y de fuego.
Maximiliano se convenció de que todo había terminado; enarboló
una bandera blanca; dio la orden de que cesaran los fuegos; hizo tocar
parlamento y envió a dos o tres de sus ayudantes en busca del general en
jefe del ejército vencedor, para avisarle de su rendición.
Los parlamentarios, en sus respectivas direcciones, encontraron a
los generales Ramón Corona y Aureliano Rivera, quienes instruidos de lo