cubrir la memoria del héroe con el manto del criminal. Pero se han
engañado. La nación entera, el mundo todo, al saber este horrible
acontecimiento, lanzan un grito de indignación y los esfuerzos de
Márquez por manchar la memoria del mártir, serán tan impotentes como
los del hombre que intentara apagar el resplandor del sol, lanzando al
cielo un puñado de arena.
Cuando considero, señores, el cadáver de Leandro pendiente a un
árbol, como el de un facineroso, despojado de sus vestidos y expuesto a
la burla de una soldadesca desenfrenada; cuando recuerdo ese cadáver
cubierto de sangre, con el cráneo despedazado, el cerebro hueco, la boca
sangrienta y los ojos entreabiertos, pero sin brillo ni luz, con los brazos
en la horrible posición en que fue suspendido, entonces la sangre se
agolpa a mi corazón, mis nervios se estremecen, se me eriza el cabello, se
me embarga la voz y siento que de mi pecho se escapa un rugido de
venganza y maldición; señores, el que no sienta hervir la sangre en sus
venas, cuando hiera su imaginación esta terrible idea, ése no es
mexicano, ése no es hombre. Siento, señores, que un vértigo se apodera
de mi al dirigiros en este momento la palabra; porque creo que estos
terribles asesinatos se han cometido para intimidarnos; porque esa
falange de monstruos que enarbolan aún y se agrupan en derredor de los
sangrientos girones de la bandera reaccionaria, han soñado ahogar en
sangre la idea de la libertad; han soñado levantar sobre un montón de
cadáveres y sobre las humeantes ruinas de nuestros pueblos el trono del
fanatismo. Y, semejantes a la serpiente, quieren fascinar con el brillo
infernal de sus hazañas a las víctimas, para devorarlas sin resistencia.
Pero se engañan. Cada uno de nosotros ha visto la suerte que le espera en
el combate a que se ha lanzado. Cada uno de nosotros tiene ya designado
un lugar en ese inmerso cadalso en que pretende convertirse a la
República.
Y, sin embargo, señores, honor al partido liberal; ninguno de
nosotros ha titubeado, ninguno de nosotros ha sentido disminuirse el
recio latido del corazón, al contemplar los asesinatos cometidos por los
enemigos de la humanidad. Por eso, señores, sobre la tumba del mártir
entonamos el grito de la victoria y por eso la sangre de la nueva víctima